sábado, 12 de diciembre de 2009

Los chicos del agujero en la pared - Selecciones

Por Simon Hemelryk

Los chicos del agujero en la pared

Foto: Revista Selecciones

 

En la India, un experimento con computadoras está cambiando la vida de los niños pobres
Dos chicos de nueve años acercan la cara a una pantalla parpadeante.
—¿Qué es esto? —pregunta uno de ellos—. ¿Una televisión?
—Aprieta esos botones —dice el otro, y señala el teclado cubierto con plástico que está más abajo.
El chico oprime casi todas las teclas a la vez, pero no pasa nada.
Otros 20 niños de la aldea, de entre 6 y 14 años, llegan corriendo y los rodean, ansiosos por ver lo que es capaz de hacer esta misteriosa adición a su remota comunidad. El día anterior llegaron varios hombres de la ciudad, construyeron una casilla con ladrillos en medio de la aldea y colocaron la pantalla en la ventana, con el frente hacia afuera. Lo único que les dijeron a los chicos fue que era una nueva máquina para que jugaran.
Los mirones gritan sugerencias, casi todas ellas inútiles, acerca de lo que debe hacer el niño frente al teclado. Pero al cabo de cinco minutos, éste se da cuenta de que si toca ciertos botones, una flecha se mueve por la pantalla, y si hace clic en el botón grande del centro, aparecen otras imágenes. Poco después hace clic en un logotipo y se encuentra conectado a Internet. En cuestión de horas, él y los demás niños se divierten con juegos y ven los sitios web de Walt Disney, a pesar de que es la primera vez que están frente a una computadora.
Escenas similares se han visto unas 600 veces en toda la India en la última década. Concebidas por el profesor Sugata Mitra, de la Universidad de Newcastle, en el Reino Unido, las casillas del proyecto “Agujero en la Pared” han permitido a miles de chicos pobres tener acceso a una computadora personal. Hay casetas en lugares públicos desde el Himalaya hasta los barrios bajos de Mumbai, pero lo más notable es que, sin ninguna intervención por parte de los adultos, los chicos las han usado para aprender inglés y matemáticas y, en algunos casos, para escapar de un futuro de trabajo agrícola o manual y poder estudiar Biotecnología, Política o Física en la universidad.
La idea de las casetas surgió en 1985. “En ese tiempo enseñaba yo programación en Nueva Delhi y había gastado 630 dólares en mi primera computadora personal”, recuerda Mitra, hombre afable y risueño de 57 años. “Mi hijo de cuatro años quería usarla. Le dije que ni lo pensara, así que se
limitó a observarme.
”A los dos días yo no encontraba un archivo, y mi hijo me sugirió que agregara dir/w/p al comando. ¡Allí estaba! Un mes después, el niño me superaba en todo, y mi esposa y yo pensamos que teníamos un genio en casa. Luego hablé con mis amigos y me di cuenta de que sus hijos también eran unos genios de la computadora”.
En una conferencia sobre educación celebrada en 1988 en el estado indio de Goa, Mitra propuso que si se dejara a los niños jugar con computadoras sin ayuda, se podría identificar a los que fueran especialmente brillantes y concentrar en ellos el gasto gubernamental en ese rubro.
“Descartaron la idea y me tacharon de fascista –dice–, así que me olvidé del asunto por un tiempo”.

Once años después, Mitra era director científico de NIIT, una empresa de tecnologías de la información, y tenía a su cargo la instalación de computadoras en lugares públicos. Junto al edificio de la NIIT en Nueva Delhi había un basural colindante con el barrio de Kalkaji. Los cerdos revolvían la basura buscando comida y los residentes lo usaban como letrina, pero también era un campo de críquet para los chicos de la zona.
Mitra decidió instalar en ese sitio una computadora, operada sólo con botones de cursor. Estaba seguro de que los chicos la destrozarían, pero eso le daría información para hacer más resistentes las otras.
Entonces recordó su ponencia de 1988, y pensó que aquello podría ser más que un proyecto de ingeniería. Ninguno de los niños sabía demasiado inglés y todos tenían una educación deficiente, pero si uno o dos de los más brillantes al menos pudieran abrir algunos documentos, eso lo ayudaría a demostrar su teoría.
Pidió a su personal que instalaran la computadora en un pequeño hueco en la pared de la NIIT, a casi un metro del suelo y con un capuchón de metal para que sólo los niños tuvieran acceso a ella. Al día siguiente, un colega lo estaba esperando en su oficina.
—¡Hay varios chicos afuera y están navegando! —le dijo.
—¿Les enseñaste a hacerlo? —preguntó Mitra.
—Nadie se acercó a ellos.
Mitra vigiló a los chicos desde otra computadora y los vio jugar juegos en Internet sin ayuda. Dos semanas después, encendió su máquina y encontró un documento que decía “Yo amo a la India” en letras multicolores. Un chico de ocho años llamado Rajinder le mostró cómo lo había creado con ayuda de una paleta de caracteres que Mitra ni siquiera sabía que existía.
Pronto, los padres de los niños empezaron a pedirles que les buscaran trabajo en Internet, y las madres querían saber su horóscopo. Mitra instaló más “Agujeros en la Pared” en Shivpuri, ciudad del centro de la India, y en la aldea de Mandantusi, en el noreste del país, donde los chicos no hablaban nada de inglés. “Nuestros hijos ni siquiera saben arar un campo”, dijeron los adultos de la aldea. “¿Cómo van a usar esa máquina en inglés?
“Volví a los tres meses, y lo primero que los niños me preguntaron fue: ‘¿Podemos tener un procesador más rápido y un mouse mejor?’”, cuenta Mitra. Los chicos habían aprendido un vocabulario de unas 200 palabras inglesas, entre ellas exit (salir), stop (detener) y save (guardar).
“Aunque en lo individual los niños entendían muy poco, un grupo de 20, por medio del razonamiento y la discusión, pudo descifrar lo suficiente para empezar. Tecleaban las pocas palabras que creían conocer, como ‘rit’ en lugar de rat (rata), y el buscador de Internet respondía: ‘¿Quiso decir rata?’ Así, por tanteo, la computadora les estaba enseñando inglés”.
Mitra publicó un artículo que llamó la atención del Banco Mundial. Este acababa de crear el Fondo de Desarrollo del Milenio, y subvencionó a Mitra con 1,7 millón de dólares para que repitiera su experimento en otros 23 poblados de la India. En lugares como Stok Kangri, a unos 6.000 metros de altura en el Himalaya, y en una isla del Ganges, los niños aprendieron a usar las máquinas en cuestión de horas. Además, en diversos sitios web adquirieron conocimientos sobre toda clase de temas, desde deportes hasta electrónica.
En Kuppam, una aldea del sur del país, Mitra puso información sobre biotecnología en la computadora y les pidió a los niños que la miraran. Regresó dos meses después. “Aparte del hecho de que la duplicación incorrecta de las moléculas de ADN causa enfermedades genéticas, no entendimos nada”, le confesó una niña.
“Les había hecho una prueba antes y sacaron cero puntos”, cuenta Mitra. “A mi regreso los evalué otra vez y obtuvieron una calificación del 30 por ciento. Le pedí a una chica de 20 años, a quien todos los chicos admiraban, que les dijera que quería saber más sobre el tema. Me ausenté otros tres meses, y cuando volví, el resultado fue del 75 por ciento”.
Mitra se percató de que, para los niños, la discusión en grupo, poder aprender por sí mismos y el deseo de impresionar a otros chicos o a sus mayores era un poderoso aliciente para seguir estudiando sin ayuda.

Para 2007, Mitra ya era profesor de Tecnología de la Educación en la Universidad de Newcastle y había extendido su experimento a una escuela de la vecina ciudad de Gateshead. En menos de una hora, trabajando en grupos de cuatro alumnos y usando sólo Internet, una clase de chicos de 10 años respondió correctamente seis preguntas de secundaria. Varias semanas después, Mitra examinó a los niños sin permitirles el acceso a la Red, y otra vez obtuvieron una buena puntuación.
“Los maestros me preguntan si esta es una verdadera educación ­–señala Mitra–, pero si los niños aprenden, dan las respuestas correctas y las recuerdan, ¿acaso eso no es real?”
Swapnal Kadam, de 20 años, es una prueba de que las casetas de Mitra pueden tener efectos duraderos. En 2002 se instaló una en su escuela, en la remota aldea india de Shirgaon, y la chica se obsesionó con los artículos sobre el espacio exterior. La computadora le sirvió para aprender. Con el tiempo decidió ser astronauta, y hoy estudia Ingeniería Aeronáutica.
En una época en que se suele criticar a las computadoras por aislarnos socialmente, Mitra piensa que ideas como la del Agujero en la Pared podrían acercarnos más. “Me gustaría ver un puesto de aprendizaje en cada bar”, dice. “Todas las casillas están en lugares públicos; sólo una ha sido destruida y ninguna se ha usado para ver pornografía. Si los padres pusieran una computadora en el cuarto de juegos de su casa, seguramente sus hijos les dirían con mayor frecuencia: ‘¡Vengan a ver lo que encontré!’”
En la India, Mitra ha sido testigo de que los Agujeros en la Pared derriban el rígido sistema de castas; de que los niños de clase media rodean al hijo del herrero para que les enseñe, y de que las chicas hábiles adquieren una preeminencia entre los varones de la que rara vez disfrutan en la sociedad en general. La habilidad para manejar una computadora también será vital para que los ciudadanos pobres de la India funcionen en un mundo donde todo se hace cada vez más con estas máquinas.
Gracias a los Agujeros en la Pared,  Mitra ha recibido muchos premios y, aunque ahora aquellos son administrados principalmente por la NIIT, aún les dedica mucho tiempo. Además, nunca ha ganado dinero con ellos. “Soy un científico y eso desvirtuaría mis resultados”, dice Mitra, quien espera llevar su proyecto a Afganistán y a China. “Ni siquiera me siento orgulloso de esto. El trabajo no ha terminado, y el orgullo es el principio del fin”.

Le guste o no, hace poco Mitra se vio expuesto a la luz de los reflectores con el éxito de la película Slumdog Millionaire. “Ah, sí”, dice riendo. “Volví de una conferencia y encontré un mensaje de la NIIT en mi contestador automático. Resulta que Vikas Swarup [autor de la novela Q&A, en la cual se basa el filme] había declarado en una nota periodística que mi trabajo fue su inspiración. Conseguí la dirección electrónica del escritor y se lo agradecí. En menos de una hora me respondió, y me dijo que era un honor para él que lo hubiera contactado.
”Me encantó la película, pero le dije que mi sueño no es ver que un chico pobre se haga millonario, sino que gane un Premio Nobel. Tal vez ésa podría ser la segunda parte”.


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