"Mi hijo no pudo aprender a vivir pero pudo ayudar a que otros lo hagan"
El jueves 19, cuando un joven de 22 años ingresó en la guardia del hospital Italiano de Almagro con una herida de bala en la cabeza, los médicos intentaron reanimarlo, aunque sin esperanzas frente a la gravedad del cuadro, le declararon muerte cerebral. A 30 cuadras de ese lugar, en el Instituto del Diagnóstico de Barrio Norte, el tiempo se agotaba para “Sandro” (64), quien esperaba desde hacía ocho meses un doble trasplante de corazón y pulmones, y estaba primero en la lista de emergencia del INCUCAI. La vida y la muerte se enfrentaban. Era el comienzo del milagro.
(Con el fin de preservar la identidad del donante, según lo indica la Ley Nº 24.193 y demás normas vigentes respecto a la donación de órganos, tejidos y células, este relato no revelará el nombre de su protagonista ni el de sus familiares directos, a excepción del de Roberto Sánchez, por su ineludible notoriedad pública).
Nunca imaginó que la decisión de quitarse la vida, lo terminaría convirtiendo en héroe y salvador del ídolo. “No había otro donante mejor para Sandro”, sentenció el doctor Sergio Perrone, uno de los encargados de trasplantar al ídolo, en el hospital Italiano de Mendoza. Era delgado, de contextura mediana y gozaba de buena salud física. Tenía apenas 22 años, y una vida por delante. Hijo de un cardiólogo y una profesora de francés, había tenido dificultades para encontrar su vocación. Realizó un curso de programador WEB, aunque al cabo de un tiempo se desanimó. Detrás de una antigua pasión, quería estudiar algo relacionado con el campo, y hasta meditó inscribirse en la Facultad de Agronomía para especializarse en “cultivos orgánicos”. Nunca lo concretó. Lo cierto es que el joven convivía con un enemigo silencioso llamado esquizofrenia. Como en la mayoría de los casos de las personas que padecen este cuadro psiquiátrico, la enfermedad se manifiesta en la adolescencia. Se trata de un grupo de trastornos mentales crónicos que afectan alrededor del 1% de las personas y producen alteraciones en la percepción o la expresión de la realidad y, en consecuencia, dificultades para mantener conductas motivadas y una casi inevitable disfunción social. Quienes lo conocieron aseguran que era una persona reservada, con dificultades para integrarse grupalmente. En el último tiempo, no salía demasiado del departamento donde vivía con su madre y su hermano menor. Su compañero más estrecho era un Labrador dorado, que paseaba a diario, casi siempre por la noche. No era la primera vez que intentaba poner fin a su vida. Sin embargo, la sorpresa y el dolor arrasaron a sus familiares y amigos y, en especial, a su madre, quien compartió con él el ostracismo final. En un testimonio exclusivo, habla del consuelo de una tragedia que se convirtió en un milagro popular.
—¿Cómo era su hijo?
—Llevaba una vida relativamente normal. En este momento no estaba estudiando pero pensaba estudiar en Agronomía y especializarse en cultivos orgánicos. Siempre le había gustado el campo. Estaba mucho tiempo en casa con su hermano menor y conmigo. Su vida era bastante limitada por la enfermedad que sufría. Tenía buenos momentos y otros de mucho dolor y sufrimiento, que no nos comunicaba para no hacernos sentir mal.
—¿Cómo tomaron la decisión de donar sus órganos?
—Fue una decisión mía y, por supuesto de su papá, quien estuvo de acuerdo.
—¿Qué le genera saber que su tragedia será la alegría y la esperanza de otras familias?
—Es bastante compensador. Mi hijo tenía un sufrimiento psiquiátrico, un trastorno esquizofrénico, que era muy doloroso para él. Lo que hizo fue tomar una decisión y decir `basta´ a su dolor que no se iba. Ahora va a poder vivir en otros.
—¿Sabe que “Sandro” fue uno de los receptores?
—Una vez que confirmaron a través de unos estudios que los órganos servían, trascendió, debido a su notoriedad pública, que el corazón y los pulmones serían para Sandro y el hígado para una mujer de 25 años que también estaba en “emergencia nacional”. Así que fue muy bueno poder encontrar algo de alivio en medio de tanto dolor. Es compensatorio. Mi hijo no pudo aprender a vivir pero pudo ayudar a que otros lo hagan. Lo teníamos muy claro en la familia y no dudé ni un instante. Mi convencimiento respecto a la donación fue absoluto.
Al cierre de esta edición, Sandro cumplía las 72 horas, más delicadas, después del trasplante. Totalmente despierto y semisentado, aunque todavía sin poder hablar, escribía frases sueltas para comunicar sus necesidades y molestias. Según aclararon los médicos Claudio Burgos y Perrone, “está de muy buen humor. Hace bromas con los gestos y es muy optimista”. En números, fue el trasplante 1.056 en lo que va de 2009, y el cuarto año consecutivo en que la Argentina supera el milenio de trasplantes. Aún hay otros 5.812 pacientes en lista de espera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Animate a comentar
Tus comentarios nos ayuda a seguir !!!